Narvalia Midnight

10 de noviembre de 2009

El precio de mi dignidad

Las mejores conversaciones son aquellas que no se buscan, las que no se planean, como todo en esta vida.

Esta surgió,como tantas otras este verano, saliendo de una conocida discoteca de La Laguna, mi ciudad universitaria

Y sí, has leído bien, saliendo, porque aunque parezca mentira todavía hay jóvenes que para salir y divertirse no necesita beber.

Pues bien, como te iba diciendo, mis amigos y yo hablábamos a cerca de cierto conocido en común que parecía mantener una relación amorosa de cierto interés con otra persona de mayor edad y del mismo sexo.

El caso, es que al cabo de un rato surgió una afirmación realmente interesante: “Todos tenemos un precio”.

Bueno, esto ya hay que matizarlo.

Yo enseguida dije que ni hablar, que, personalmente, no me vendía por nada, pero claro, aquí, el que más o el que menos, desea muchas cosas, algunas ciertamente inalcanzables, así que poco a poco fueron cayendo todos.

En el ranking de precios por las diferentes almas de mis amigos predominaba cosas como el poder, el dinero, la fama, y algún que otro I-phone (¡Qué poco originales!).

El caso es que yo seguía la conversación sin poder dar mucho crédito a lo que oía, pues pensaba que mis amigos eran todos muy íntegros y que a la hora de la verdad , si a alguno de ellos le ofrecían el precio acordado, todos estarían de acuerdo en dar una respuesta negativa.

Ahí se quedo la conversación, pero tiempo después, la vida, ya saben, te da una patada donde más te duele, y si tienes suerte a lo mejor acabas aprendiendo algo.

El caso es que fue el cumpleaños de uno de mis amigos, entre todos le hicimos un regalo y, resumiendo, cuando se lo dimos su cara era de auténtica felicidad.

Yo me quedé allí, mirándole,pensando… entre tanto invitado, gracias a Dios, no se notó mucho mi cara de atontada cuanto me di cuenta de que… ¡mi dignidad también tenía un precio!.

Inexplicablemente había dado con la china en mi zapato y me había dado de bruces con aquello que no quería encontrar.

Mi precio no es otro que tu felicidad, bueno, mejor dicho, la de cualquiera de mis amigos, y ¿por qué no? la tuya también.

El problema es el siguiente… Solo tengo precio si el comprador eres tú. Hasta entonces… Sigo en mi estantería.

P.D.: Nunca me llegaste a decir cuál era el precio de tu dignidad...

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